Contar la crisis, ocultar la estafa, por Miguel Álvarez

En la construcción de la narración oficial de esta crisis económica, el sistema mediático no sólo ha fallado en su labor de informar, sino que ha jugado un rol fundamental como elemento constitutivo. En primer lugar, la existencia de una burbuja inmobiliaria internacional era bien conocida mucho antes de 2008, pero no hubo una voz de alerta efectiva. Tampoco para los riesgos ocasionados por la desregulación financiera (“apalancamiento” de bancos “demasiado grandes para caer”, productos financieros de origen no trazable, evasión fiscal sistematizada, etc.), cuyos beneficiarios fueron precisamente los mismos grandes capitales que hay tras los principales grupos mediáticos: propietarios, prestamistas, anunciantes o sencillamente lobbies capaces de condicionar lo que se dice y lo que se calla. 
 La definición misma de “crisis” como un trance que empieza cuando las bolsas del mundo se desploman junto a Lehman Brothers, no es neutral. ¿Por qué no empezar a hablar de crisis, años antes, cuando el índice de desahucios crecía a más del 400%? El solapamiento de intereses entre los sistemas bancario y mediático a nivel internacional, explica por qué este no cumplió como “perro guardián” ante la catástrofe que se venía gestando en el casino global, o por qué arranca la “crisis” cuando se hunden bancos, no familias. Es una operación de naturalización de la perspectiva del inversor frente a otras perspectivas.
  Desde aquél arranque, los titulares de portada adoptaron una estrategia del miedo, relatando la crisis mediante el modelo del Desastre Natural, como un huracán que golpea, un terremoto global, una tormenta de turbulencias económicas, un tornado (fórmulas tomadas de portadas de El País sucesivas a la caída de Lehman) que justifica un Plan de Rescate (bancario). Acuñando este marco interpretativo se consigue que admitamos la economía como algo ingobernable, donde los dioses mercados exigen sacrificios humanos, sin lugar para exigir control democrático, puesto que no tiene sentido oponerse a un terremoto. 
  Estrategias narrativas como estas han construido una matriz de opinión a medida de los intereses de una élite económica, que torna en razonables rescates bancarios y sacrificios ciudadanos, proyectándolos como intereses colectivos de toda la población. Ciertos clichés resuenan como mantras del nuevo credo: “si los bancos quiebran habrá paro”, “facilitamos el despido para crear empleo”, “recortes para dar confianza a los mercados”, “moderación salarial para mejorar nuestra competitividad”, “lo público es insostenible”, “las huelgas vulneran el derecho a trabajar”,etc. una nueva fe que hegemoniza la lógica capitalista sobre cualquier otra forma de entender el mundo, las necesidades del dinero sobre las de la humanidad. El secuestro del sentido común, que postula como natural y necesaria la estrategia política de una minoría dominante, se refleja en el desgaste semántico de términos como democracia, y en la aparición de personajes emergentes como el emprendedor, que homologa una misma categoría para Botín y el peluquero de la esquina, como si tuvieran roles, problemas y necesidades políticas comunes.
  Todo concepto reiterado por la narración oficial debe ponernos en guardia, especialmente el de crisis, pues invita a pensar que la organización económica que vivíamos era correcta pero encontró dificultades,  y que un día superaremos el bache y se “saldrá de la crisis”: volverá el crecimiento y todo será como antes. Esto no va a pasar. Esta fábula oculta que en realidad las medidas adoptadas consolidan un cambio de modelo socioeconómico para el sur de Europa, no habrá retorno a un punto de partida, como tampoco ha habido depuración de responsabilidades ni rectificación, sino una huida hacia delante en la que los procesos de “flexibilización” (precarización) laboral o “liberalización” (privatización) de lo público, pregonados por la doctrina neoliberal que nos ha traído hasta aquí, no han hecho más que acelerarse. La crisis no ha sido para todos: el beneficio empresarial ha seguido en positivo, y por primera vez ha superado a los salarios en el reparto de riqueza nacional. ¿Crisis inevitable o estafa de unos pocos? El archimillonario Warren Buffet lo aclaraba muy honestamente en 2011 cuando dijo aquello de que “es una lucha de clases, y es la mía la que va ganando”.

Miguel Álvarez, periodista y profesor de periodismo.

El artículo apareció originalmente en el nº12 de madrid15m:

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