Mitos acerca de la movilización social: (I) de la movilización individual, por Aurelio Sainz

La acción colectiva que lucha por la defensa o la conquista de derechos políticos y sociales está plagada de mitos.
  Esto no debe ser motivo de sorpresa. Sabemos que los privilegios de las minorías dominantes se sostienen precisamente en la indiferencia, la resignación e incluso muchas veces la complicidad de las personas que sufren la injusticia social.
  Los mitos acerca de la movilización social sirven, entonces, para promover la pasividad de los perjudicados, para obstaculizar que nos organicemos con el objetivo de abolir las relaciones de desigualdad.
  Hay muchos mitos, pero sólo pretendo reflexionar sobre aquellos que considero más importantes. El primero es el que llamaré “Mito de la movilización individual”. El mito de la movilización individual considera que la acción colectiva por la justicia social es resultado simplemente de la suma de muchas movilizaciones individuales. Imagina a los individuos aislados en sus casas, haciendo un cálculo de los beneficios y perjuicios que conllevará para él o ella participar en las protestas, hasta decantarse por la opción más ventajosa.
  El mito de la movilización individual es un mito porque la realidad nunca es así, pero sobre todo porque si fuera así, no habría movilización social de ningún tipo.
  La prueba de ello la encontramos en lo que se conoce como el “dilema del gorrón (free-rider)”. Este dilema postula que a un individuo que va a beneficiarse del resultado de una acción colectiva participe o no en ella, siempre le va a ser más ventajoso no sumarse y aprovecharse de la protesta realizada por los demás. Como todos los individuos llamados a sumarse a dicha acción se encontrarían ante la misma tesitura, el resultado es que si la movilización social fuera la mera suma de movilizaciones individuales, nadie se movilizaría nunca por un bien común, porque todos buscarían aprovecharse de los demás y ninguno daría nunca el primer paso.
  El ejemplo que suele ponerse, no por casualidad, es el de una huelga de trabajadores y trabajadoras. Cada empleado puede calcular que si va a trabajar mientras sus compañeras hacen huelga, no perderá su sueldo ni se expondrá a represalias por parte de los propietarios de la empresa y, al mismo tiempo, disfrutará de los derechos que se logren con la acción de protesta. El problema es que si todos y todas realizan el mismo cálculo, ningún trabajador irá a la huelga y las condiciones laborales de todos se irán deteriorando sin freno.
  Ahora bien, el hecho es que sí, sí ha habido, hay y habrá huelgas y otras movilizaciones sociales. Por lo tanto, además de descubrir el mito de la movilización individual, lo que el dilema del gorrón nos enseña es que si el bien buscado es común los medios para alcanzarlo tienen que ser ya de alguna manera comunes, tienen que ser nociones, valores, medios, contextos o prácticas compartidas; las personas tienen que apoyarse en algo que las vincule entre sí; o dicho en forma de sentencia, lo común sólo se construye a partir de lo común.
   Nos ofrece igualmente otra lección muy importante. Nos enseña que el mito no es una simple mentira, sino que tiene un cierto anclaje en la realidad. Ese anclaje no es que el ser humano sea egoísta por naturaleza, ese no es sino otra versión del mismo mito. El anclaje es que la división, la separación, la individualización de los que sufren la injusticia es una estrategia puesta en marcha de manera diversa pero continuada por el poder para impedir que se coordinen o al menos para bloquear la lucha cuando la movilización ya ha comenzado.
  No otro es, por ejemplo, el efecto de las multas administrativas que las subdelegaciones del gobierno de toda España están poniendo a los activistas contra del expolio social que los poderosos y corruptos están realizando con excusa de la crisis. Las multas administrativas no frenan sólo porque suponen un gasto económico adicional, sino porque individualizan al multado o multada. Separan su acción de la protesta colectiva, único contexto donde ésta tiene sentido. La aíslan como si aquello que hicieron los manifestantes nada tuviera que ver con la política de vulneración de derechos sociales decidida por los mismos que ponen las multas.
  En resumen, la lucha social por los derechos supone la lucha entre la división y la individualización que pretenden imponer los privilegiados y el esfuerzo de los resistentes por hacer efectivo lo común.
  Que la movilización individual sea un mito no quiere decir que cada persona no sea responsable de lo que hace o no tenga que decidir en último término si participa o no en una movilización. Significa que las movilizaciones suceden dentro de un contexto social y en unas circunstancias determinadas en las que nos toca decidir. Entre muchos y con esfuerzo, coraje e inteligencia podemos cambiar esas circunstancias, pero cada uno de nosotros por separado ni las ha diseñado ni las puede diseñar a su gusto.
  En su libro El poder en movimiento, un clásico en el estudio general acerca de los movimientos sociales, el sociólogo Sidney Tarrow señala al menos cuatro aspectos de lo que él llama “acción colectiva contenciosa” por la que ésta sólo puede entenderse como social y nunca como individual.
  Según Tarrow, la movilización social es social y no individual porque:
  1.Las movilizaciones cobran fuerza y tienen capacidad transformadora en los momentos históricos en los que, por unas circunstancias u otras, se amplían las oportunidades políticas. Generalmente, esto ocurre porque el régimen político o el sistema económico sufren una crisis de legitimidad. Tarrow señala como importantes los momentos en los que se generan alianzas entre los oprimidos anteriormente bloqueadas o aquellos en que los grupos dominantes se dividen o debilitan. Los cambios, por tanto, en las situaciones socio-políticas promueven las movilizaciones sociales y ellas, a su vez, promueven nuevos cambios.
  Por ejemplo, el sometimiento de los partidos políticos mayoritarios a los dictámenes de los mercados financieros supuso la pérdida de legitimidad del régimen democrático heredero de la transición española, situación que propició el surgimiento del 15M hace año y medio y todas las movilizaciones de las diferentes mareas desde entonces. 
  2.Las movilizaciones utilizan y crean repertorios de confrontación, tipos de acciones con las que se organizan, hacen públicas sus exigencias y presionan socialmente para lograr el cambio buscado. Ese repertorio de acciones, asambleas, manifestaciones, encierros, ocupaciones, camisetas, pancartas..., no surge de la nada, tiene un recorrido histórico y son reinventadas y adaptadas a las nuevas circunstancias por los nuevos activistas, buscando la adhesión de la ciudadanía. El repertorio no puede ser elegido al azar porque, además de cumplir su función específica, tiene que poder ser entendido por todo el mundo.
  La acampada de la Plaza del Sol en Madrid es un buen ejemplo de repertorio exitoso. Tomado de las acampadas de la Plaza Tahrir de El Cairo, reinventa, al mismo tiempo, las ocupaciones de facultades y fábricas de los años sesenta y setenta, dándoles una nueva dimensión metropolitana. Las acampadas pronto se extendieron por todo el país y cruzaron fronteras con una tremenda capacidad de contagio.
  3.Las movilizaciones llevan también a la creación de redes sociales y de comunicación. Lo que actualmente se llama “redes sociales” son, más bien, redes de comunicación, muy importantes en toda movilización social, pero no suficientes para constituirla. Las redes sociales son las relaciones de tipo afectivo, vivencial, práctico que establecen los activistas entre sí y que pueden plasmar de muy diversas maneras, desde la vida en el barrio a las sociedades, clubes, ateneos, casas del pueblo, centros sociales, okupados o no, o culturales, etc. Incluye, igualmente, la coordinación entre activistas de diferentes localidades y vinculaciones de ayuda mutua, cooperativa o solidaria.
  El énfasis que se pone en las luchas actuales sobre las redes de comunicación no es casual. Al menos por el momento, se ha logrado abrir una brecha en el monopolio comunicacional que detentan los grandes medios propiedad de grandes empresas. Como ha ocurrido en otros momentos históricos, romper el monopolio de la comunicación es un paso decisivo, pero, como también se suele recordar, las redes de comunicación tienen que apoyarse en redes sociales más complejas sin las que será difícil que la brecha avance hasta hacerse camino.
  4.Las movilizaciones, por último, suponen la activación de marcos culturales de explicación y legitimación de las acciones de protesta. No hay protesta social si no se parte y se re-elaboran puntos de vista y valoraciones compartidas acerca del problema que se intenta resolver, acerca de la injusticia que se intenta abolir. Nadie inventa desde su aislamiento el modo en que pueden ser entendidas y apreciadas las situaciones de opresión que una movilización social de defensa o de conquista de derechos pretende cambiar. Es más, nadie es capaz de contrarrestar en solitario los discursos de los poderosos y sus lacayos que justifican o excusan las desigualdades sociales. Esa lucha en torno a los discursos y los afectos, sin la que no puede haber transformación social, es una lucha colectiva en la que están activamente involucradas innumerables personas, multitud de personas que dan forma y adaptan a los acontecimientos y a las circunstancias el discurso y el afecto insumiso. Y, en efecto, esas personas no pueden permitirse ser átomos aislados.
  En fin, la movilización es irreductiblemente una realidad social, y no una suma de impulsos individuales, porque genera un efecto social que sobrepasa a todos los participantes, un efecto producido por su actividad conjunta. Esa es la razón, además, por la que es tan importante que su coordinación sea de una máxima exigencia democrática. Es necesario evitar que el efecto social de la movilización, ese resultado de la cooperación de muchos, de incontables, termine separándose de los que lo han generado y, acaparado por unos pocos, se vuelva contra los propios movilizados.










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